Princeptotilau

Desembocadura

Numerosos fans, capitaneados por un tal Pasqual (a quien, desde aquí, saludamos cariñosamente), me han suplicado que continúe con este leídísimo blog. Así pues, avergonzado por uno de los principales rasgos diferenciales de mi carácter (la inconstancia), devuelvo al teclado. ¡Perdonen! El fin de primavera es un momento de distensión general. Todo se afloja. El rigor se ablanda. La coincidencia con el fin de curso escolar también influye. Tengo una sensación de alegría infantil, como si todavía fuera a la escuela. ¡Siempre seré un estudiante, un aprendiz! El alboroto universal con el que los pájaros de mi país me despiertan cada mañana me dejan en un estado de flotación embobada y voy de un lado a otro sin preocuparme de nada; sin pensar en grandes proyectos personales o mundiales, sino simplemente disfrutando de estos días que se estiran y estiran…

Últimamente participamos en la Feria de teatro títeres de Lleida con nuestra versión de «La tormenta». Curiosamente, nuestra propuesta creó bastante expectación, las entradas se agotaron y acabamos llenando el teatro del Matadero hasta los topes. El espectáculo funcionó muy bien y hubieron fuertes aplausos con algún grito tipo «Uuuh!» que demuestran la conexión de la obra con las partes más animalescas del público. Después vinieron varios programadores a la Lonja y nos hicieron grandes alabanzas mientras sacaban la agenda para contratar alguna actuación. ¡Fantástico! ¡La feria ha hecho de feria!

Pero (otra vez este “pero”), todavía sigo dando vueltas a la insatisfacción que me produce el espectáculo. Durante la actuación veía a los actores y los títeres muy lejos. El teatro del Matadero es estrecho y largo como una pista de aterrizaje. Y, de hecho, tuve la sensación de que las alas del espectáculo se tambaleaban a menudo e incluso pasábamos por zonas de turbulencias evidentes. Los actores tienen plena conciencia de ello, yo también. ¿Qué hacer, pues? Pensar en ello y trabajar. Me hubiera ido bien grabar en vídeo la función para estudiarla y diseñar un plan de ataque. Pero tendré que utilizar la memoria, que es una herramienta fundamental de todo aprendiz de hechicero.

La sensación más extraña que tengo respecto a mi espectáculo es que no pasa nada. Empieza y termina en medio de una monotonía exasperante. ¿Cómo es posible esto? Seguramente, y perdona la pocasoltada, porque a los personajes no les pasa nada importante. Y si les ocurre algo, no lo parece, de importante. Ésta es una de las claves más básicas de la interpretación y que falla en nuestro espectáculo (que quede claro que esto es culpa del aprendiz de brujo, que no ha sabido ordenar bien las cosas, no de los pobres actores…). Lo importante que es una acción es lo que la hace teatral o no. Nuestro espectáculo está en una fase formal, con los movimientos marcados y las reacciones igualmente pactadas, pero en ningún momento se tambalea el sistema de valores del espectador o del personaje. El sistema ni se inmuta, y me queda un espectáculo puramente formal, preocupado exclusivamente por la forma, amanerado.

Otro elemento que falla es la identificación del espectador con la principal acción del espectáculo. Si el espectáculo se basa en el aprendizaje del perdón por parte de Próspero, esto parece un repique de campanas lejano y falso. ¿Cómo se muestra ese aprendizaje, este proceso? Bien, sólo se dice. Pues vamos mal… Podría ayudar si desarrollara el juego narrativo de los tres titiriteros cuando escriben al aire y dicen las acotaciones, si añadieran más valoraciones de lo que ha pasado en la escena y pasará, como en los corazones del teatro griego. También podría ayudar si se trabajara más la interpretación a partir de los títeres (manipulación física y juegos con las voces). Pero reconozco que estos títeres son de una manipulación difícil. El actor debe verterse totalmente como si llevara una máscara porque, de hecho, los títeres no son más que máscaras. Pero vamos, gracias a Dios, en el teatro ni el fracaso ni el éxito son para siempre. Todo se puede transformar y así lo estamos haciendo con «La tormenta» y así lo continuaremos haciendo siempre. Ahora, sin embargo, “La tormenta” y “Sis Joans” tendremos que dejarlos reposar durante un tiempo…

Para una compañía de teatro, el fin de primavera significa el fin de una etapa. En verano no hay demasiadas actuaciones. Esto me entristece considerablemente y se mezclan la nostalgia por los bolos pasados (Gijón, Toledo, Leioa, Madrid…) con una vaga sensación de fracaso. El teatro infantil tiene un techo económico tan bajo que a la fuerza acabas saliendo con la cola entre las piernas. La lucha por mantener una compañía con tres actores sobre el escenario es quijotesca. Entonces se piensa: ¿las cosas mejorarán algún día? ¿O nos jubilaremos, mi señora y yo, contando cuentos de pan con tomate con un títere en la mano y una sonrisa helada en la cara?

Aspiramos a demasiado, ya lo sé. El problema es que creo que aspiramos a la normalidad. Y quizá la normalidad de nuestro país no sea la de tener un teatro infantil como el de Alemania. Y esto me cuesta aceptar. A mí me gustaría tener una gran compañía con siete u ocho actores y hacer bolos a lo largo de todo el año. Sirviendo al Príncipe Totilau, eso sí, pero con independencia. Trayendo a los escenarios infantiles textos importantes de la literatura universal, o ensayos de dramaturgia propia, o también espectáculos de danza, ¿por qué no? Sin embargo, la realidad económica nos lleva a la reconversión industrial. El próximo espectáculo de la compañía será de una sola actriz. El espectáculo se llamará “Caballito de cartón”. Hemos tenido que bajar los gastos para poder subir las cualidades artísticas. En el bote pequeño está la buena confitura, nyigo, nyigo, nyigo… ¡Consolémonos! Por otro lado, un espectáculo con una sola actriz representa también un reto artístico considerable que me atrae mucho. Obsesivamente, diría yo. No tener que preocuparme por pagar la gente es muy agradable. En este proyecto todos metemos el cuello. La autoexplotación es la base del proyecto. Y gracias a ello la especulación artística está a flor de piel. ¿Qué saldrá? ¡Ya lo veremos al final del verano!

Un buen día, el Príncipe Totilau bajó a la cocina del palacio, donde vivimos los miembros de la compañía cuando no hay actuaciones, y nos dijo que le gustaría, para los niños más pequeños del reino, un espectáculo de poesía. -Y quiero que el espectáculo se llame “Caballito de cartón”-, remató en medio de los fuertes aplausos de todos los que nos encontrábamos allí. Un servidor, tras el agradecidísimo acatamiento, se fue a la biblioteca del palacio a revolver libros. Fui llenando páginas y páginas de poemas dirigidos a los más pequeños: Carner, Gerau de Liost, Apel·les Mestres, Maragall, Verdaguer, Lola Casas, Joana Raspall, Miquel Desclot, Martí y Pol… Pero: ¿qué hacer con todo esto? ¿Cómo debemos religarlo? ¿Hay que hacerlo? Si partimos del hecho de que los poemas serán de diferentes autores y temáticas es evidente que la unidad dramatúrgica proviene del hecho de que no existen. Si un niño leyera nuestra elección de poemas iría saltando de una cosa a otra como una mariposa en un campo de amapolas. Así pues, estos últimos días he estado trabajando en la dramaturgia imposible de Caballete de cartón. De la amplia selección de poemas voy haciendo la destilación (¡palabra importante!) hasta llegar a la elección más esencial, más necesaria. También busco músicas: ¿Mozart, Schuman, Rossini…? ¡Pero que no quede demasiado culto! ¡Que somos catalanes! Martí Doy va trabajando en el diseño plástico del espectáculo. Le digo que me gustaría tener una casita en el escenario. Y que la actriz pudiera subirse al techo… Y poco más… Después, un espectáculo se crea en la sala de ensayo. Los ensayos empezarán en agosto.

Mientras tanto, ya he empezado los ensayos para el espectáculo de danza “Petruixka”, que se escenificará en el Gran Teatre del Liceu la próxima primavera. La coreógrafa es la bailarina y directora del IT Dansa, Catherine Allard. Catherine es una mujer muy inteligente y con una sensibilidad desbordante que está haciendo un trabajo magnífico con sus excelentes bailarines de la compañía del Institut del Teatre. Ya os iremos informando en posteriores «posts».

De momento, ¡me lo paso muy bien!

La foto del inicio no es la radiografía de este «post».

¿Es la desembocadura del Llobregat donde hicimos el último bolo de «La tormenta»? ¡Tampoco!

Es la desembocadura del río Níger. ¡Eso sí que es un río!

¡Hasta pronto!