Este verano, que ya está medio olvidado, le hemos pasado trabajando como todos los veranos. Cuando era estudiante de teatro creía, en mi inocente imaginación, que los veranos les pasaría de fiesta mayor en fiesta mayor haciendo bolos con mis espectáculos. Pero la realidad es que para una compañía de teatro infantil, el verano es la época de entrar en la sala de ensayo porque el público no quiere encerrarse en un teatro para ver un espectáculo sino que prefiere sentarse en una terraza y tomar una horchata. Sabia decisión!
Además, dado que los meses de junio, julio y agosto tienen estos días interminables, aprovecho regularmente la época estival para preparar la nueva obra de teatro. Este hecho se ha convertido ya en una tradición en nuestra vida profesional. Y de hecho, estos últimos días ya he estado recibiendo toda la artillería bibliográfica que me servirá para preparar el espectáculo del próximo verano. Sí, todavía no he terminado el espectáculo de este verano y ya me lleno la agenda del próximo verano. Me lo lleno tanto que no sé si es demasiado realista… Ya se verá.
Durante todo este verano no hemos podido hacer nada de vacaciones, como es natural. Pero bueno, eso de hacer teatro tampoco puede llamarse trabajar. Y para compensar a mi complejo de turista frustrado, cada noche, cuando nuestra hija caía rendida a la cama, he estado leyendo “Viaje Italia” del señor Goethe. Léalo si todavía no lo ha hecho. ¡Eso sí que es un viaje! ¡Qué hombre este tal Goethe! Durante su viaje de Alemania a Italia tiene una obsesión vivísima por las rocas y las formaciones geológicas. Luego el interés se ensancha en toda la naturaleza y sus conocimientos científicos nos colocan en una posición comprometida…. ¡Siempre los nombres de las cosas! ¿Cómo se llama esta planta? ¿Y esa piedra? Goethe lo sabía! Al llegar a Italia, el autor alemán vive en una celebración permanente. ¡Qué vida más llena! ¡Goethe se acerca al cráter en erupción del Vesubio! ¡Las fuerzas irracionales de la naturaleza le dominan! El genio queda transformado.
Había leído a Goethe en la adolescencia: “Werther”, “Faust”, “Wilhelm Meister” y tengo un recuerdo muy agradable. Este “Viaje a Italia” ha sido un feliz reencuentro con un amigo que debería cuidar más. Un viejo amigo que, muy generosamente, me ha acompañado en todo el proceso de escenificación de Caballete de cartón.
«Caballito de cartón» es un espectáculo que ha surgido después de una serie de coincidencias casi meteorológicas. Esto demuestra que la creación teatral de una compañía tiene más que ver con la aparición de setas que en el genio insobornable de su director. La idea de hacer un espectáculo sobre poesía para niños se guardaba llena de polvo en un rincón poco transitado de mi memoria. Lecturas caóticas me llevaron reiteradamente a la poesía de Josep Carner y la idea tuvo que desempolvarse. Hablé con mi equipo de trabajo más cercano, Clara Dalmau y Martí Doy, y el proyecto fue tomando forma, o mejor dicho: se fue metamorfoseando teniendo muy en cuenta el público y el mercado (son cosas diferentes ) a quien iba dirigido. Nuestra idea era realizar un espectáculo sobre poesía para el público más pequeño porque creemos que la infancia es la época por excelencia de apertura poética a la realidad. Esta idea tiene ciertos riesgos en nuestro mercado de teatro para niños porque hay programadores que consideran la poesía como la gota más destilada de la cultura y, por tanto, inasequible a los niños. Lo que ocurre es que nosotros creemos que los niños tienen una sensibilidad e inteligencia afiladora. Un ejemplo muy claro lo tendremos si observamos un rato al príncipe Totilau en su quehacer diario…
Salvando las distancias, cuando recuerdo mi infancia, recuerdo que las sensaciones estéticas eran de una totalidad abrumadora. Nada ha sido tan potente como la sensualidad de la infancia. Después, poco a poco, todo ha ido disminuyendo. También la inteligencia. Cuando eres un niño, el cerebro trabaja a una velocidad brutal y esto hace que todo nos parezca lento. Las horas tardan mucho en pasar cuando somos niños, y los minutos, los días, el año, que parece eterno… Ahora el tiempo se cuela sin darnos cuenta porque nuestro cerebro cada día va más lento. Vivimos con menor intensidad, vivimos aturdidos, catatónicos. Nuestra sensualidad estética no es ni la sombra de cuando éramos niños. Y es para recordar esta época originaria (como diría Heidegger) que hemos hecho “Caballito de cartón”.
Empezamos saqueando primaveralmente las bibliotecas públicas de nuestra comarca en busca de poemas bonitos y comprensibles, y que además pudieran formar parte de una dramaturgia. Aunque al principio tenía en mente utilizar poetas novecentistas y modernistas, finalmente y de manera natural, hemos ido a parar a los poetas de nuestros días: Joana Raspall, Lola Casas, Miquel Desclot y otros no menos importantes. La dramaturgia se ha ido cerrando paulatinamente con un par de semanas de ensayo y estira y aflojas, y ha tomado la forma que tiene ahora.
Clara Dalmau (esposa amantísima) es la única actriz del espectáculo y el trabajo con ella ha sido agradable y fácil. Creo que esto ha sido así porque no hemos perdido el tiempo debiendo demostrar nada a nadie. Es la ventaja de la vida matrimonial, de la judía tierna y del arroz hervido. Si hago memoria de nuestra trayectoria veo que es el espectáculo que hemos realizado con más poco tiempo, con menos presupuesto y, tal vez, será el espectáculo hecho de forma más feliz. En este verano de trabajo, los días han pasado silenciosos bajo la sombra tranquila de la sala de ensayo. Días sin demasiadas preocupaciones, aparte de una neumonía de Martí, nuestro escenógrafo y titiritero, que le ha dejado fuera de combate en la recta final antes del estreno. Esto ha constatado otra vez que un espectáculo se fundamenta en lo material: la carne, el espacio, el vestuario, la escenografía, los títeres, los objetos, la luz… Cuando todo esto no se tiene totalmente, no se tiene l espectáculo. Aunque se pueda pensar que con la idea ya se puede ir tirando durante los ensayos, no es hasta que se tienen los objetos materiales finales que el espectáculo no aparece en el escenario. El teatro es el arte de la transformación de la materia. Ya lo hemos dicho muchas veces. El teatro no es un arte de ideas u objetivos.
Paso a paso, fuimos avanzando por el verano dormido y cuando quedaban un par de semanas para tomar el barco que nos llevaría a la isla de Mallorca por el estreno me di cuenta de que vivíamos en un estado de fluidez total. En ese momento de la creación, todo funcionaba solo, sin esfuerzo. Bastaba con dejarse llevar por el espectáculo. En las últimas semanas de un proceso de ensayo las cosas acontecen con un cierto automatismo, fluyen con nosotros dentro. Es un momento en el que ya no hay miedos, ni dudas, ni reparos y se hace lo que hay que hacer. Entonces piensas que después del estreno vendrá ya el momento de reflexión y replanteamientos. E inevitablemente el espectáculo adquirirá una forma más definitiva. Entonces será el momento de tomar un vídeo y unas fotografías para venderlo y, si Dios quiere, hacer muchos bolos. ¡Este es el objetivo! ¡Este es nuestro “As you like it”! Esperamos que nuestro trabajo guste a los programadores. Aunque una feria es un lugar arriesgado para estrenar si el espectáculo no está bien… Yo estaba tranquilo de este estreno en Mallorca, pero sabía que en un mes en Manresa aún estaría mejor, y en la Mostra de Igualada por el mayo, tendría la pulcritud y gracia del trabajo del artesano para que pareciera como si el espectáculo no tuviera ningún autor, como si fuera un producto de la naturaleza, ésta es nuestra máxima aspiración artística.
Así pues, sin darnos cuenta, inevitablemente como la muerte, nos hemos plantado en el estreno de “Cavallet de cartró” en la feria de teatro chicos y chicas de Vilafranca de Bonany. El estreno ha sido emocionante, extraño y doloroso como un parto, pero finalmente muy feliz. Sentimos un gran entusiasmo por la liberación. Jeronia, una amiga mallorquina, nos viene a ver y nos regala dos sobrasadas (una pica y otra no). Sólo por agradar a Jeronia, y por las sobrasadas, ya ha merecido la pena todo el sudor. Celebramos el estreno en S’estanc vell: frito y un buen vino. Pedro, el dueño, me cuenta que lo del frito se lo inventaron los chuetas (mis hermanos sefardíes de Mallorca), para demostrar a todo el mundo que comían más cerdo que nadie. El miedo debió de ser colosal…
La isla de Mallorca me gusta cada día más. Las palmeras, Phoenix canariensis como diría Goethe, estallan frente a las masías en una fiesta mayor vegetal. Las casas, tan bien puestas, de color de oro y de semilla de trigo, reposan en un paisaje sin hombres. Cerca Palma, la obsesión de los molinos de viento, algunos desguazados y que parecen antenas receptoras del cosmos infinito. El caballo quieto en el redil, el pozo blanco, y el mar en el horizonte, que en una isla lo es todo. Como siempre, no hay tiempo para ver a la catedral. Entramos en el barco de vuelta con otros camioneros y nos dan un camarote. Dormimos un sueño extraño y artificial. Mareada habitual. Goethe hizo el viaje de Italia a Sicilia. Entonces no había Balearia ni nada que se le pareciera. El pobre escritor pasó un montón de días tumbado en la bodega del velero, soportando el dolor de mar con un estoicismo envidiable. La llegada a Barcelona se realiza en medio de un cansancio generalizado. El cielo es azul y oscuro. Al día siguiente, miro a la red y por nuestra sorpresa leo la noticia de que hemos ganado los premios Bòtil en los que participábamos. Sentimos un gran agradecimiento por los amigos de Mallorca que nos han apoyado y descansamos unos días tranquilos y felices por haber estrenado.
¡El retrato del inicio es del querido amigo Goethe en Italia!
¡Vamos a por las “Conversaciones” de Eckermann!
¡Hasta pronto!