A partir de ahora, y si no se demuestra lo contrario, el “Corral de comedias” de Alcalá de Henares será considerado como el mejor teatro del mundo. La compañía del príncipe Totilau ha trabajado en muchos teatros de todo el país: teatros grandes, pequeños, lujosos y caseros, pero nunca habíamos actuado en un lugar tan prodigioso como éste.
Como obreros del espectáculo que somos, entramos por la puerta de carga y descarga y, una vez vacío nuestro carro de Tespis, subimos al escenario a organizar el plan de ataque del montaje con el jefe técnico de la sala. ¡Del escenario, mirando a la platea, todos los componentes de la compañía del príncipe Totilau quedamos maravillados! En nuestro silencio tuvimos una sensación tan agradable y reconfortante que se sonrió de forma automática, sin pensarlo, con la misma facilidad que se llama “haba” o se respira… ¡Oh, maravilla de las maravillas!
La platea es de unos tamaños tan cercanos que parece casi una miniatura pensada para que los príncipes puedan jugar a hacer teatro. Su forma es tan acogedora que da la impresión de que un actor podría abrazar a todo el público desde el proscenio. Derechos, mirando la bóveda elíptica de los palcos, nos dimos cuenta del conjunto de capas históricas que constituyen este espacio. Estas capas o estratos, como diría un arqueólogo, son como una máscara teatral sobre otra que, como en una pintura renacentista, crean una densidad de veladuras muy acogedora. Se ven 400 años de transformaciones teatrales de un solo vistazo: Los cantos rodados que forman el adoquinado del patio del corral, se iluminan detrás del suelo de cristal de la última restauración ministerial. Los contrafuertes de madera, perfectamente saneados e ignifugados, nos evocan una época más sencilla y esencial, la época del Siglo de oro español.
Como todos los corrales de comedia, el de Alcalá de Henares tiene su origen en un patio entre cuatro casas. Su uso como teatro se inició antes de 1600, cuando las compañías de teatro aprovecharon el patio natural que se producía entre estas cuatro casas como espacio teatral. Este espacio es muy antiguo en el Mediterráneo, de hecho proviene del impluvium romano. En el centro del patio hay un pozo en el que las señoras cogían agua para la vida diaria. El subsuelo de la finca está lleno de aguas subterráneas y un técnico nos dice que un vecino tiene una piscina antiquísima. El pozo es un elemento muy importante por los teatros. Su estructura, tradicionalmente de madera, siempre ha agradecido la presencia del agua por mantener la humedad necesaria para tener una buena acústica. Lo que ocurre es que ahora te dicen que el pozo se construyó para mejorar la acústica cuando la mejora es un hecho puramente casual.
Hablando con los técnicos sobre esta joya arquitectónica de la historia del teatro español, discutimos sobre la bóveda elíptica que los románticos construyeron sobre el rectángulo renacentista. En un momento de la historia se decide (¿quién?, no lo sabemos…) construir los palcos del teatro siguiendo la forma de una bóveda elíptica que queda cortada en uno de sus extremos por la embocadura del escenario. Esta curva hace que los palcos que se sitúan más cerca de la embocadura miren no al escenario, sino al centro de la platea, como si lo importante fuera mirar al público o ser mirado… Es decir, el público se convierte en el coprotagonista del hecho teatral. La trama narrativa de un espectáculo se entrelaza, en este espacio, con las tramas humanas de la vida real de Alcalá de Henares. ¿Dónde está la realidad? El elipsis produce un desenfoque sobre la respuesta. Es un desenfoque imprescindible para que se produzca la magia del teatro. Es un desenfoque como cuando en un espectáculo un personaje hace teatro, como en “El sueño de una noche de verano”, o en el “Hamlet” de Shakespeare. En ese desenfoque la realidad sólo está en la mente del espectador y gracias al poder constructor de la imaginación aparece, potentísima, la realidad de la historia representada, y entonces todo es creíble. En el corral de Alcalá todo parece pensado y medido para la materialización de la fantasía. Pero para los técnicos del teatro todo esto es palabrería. Y nos dicen que la bóveda elíptica fue construida para mejorar la acústica… Yo lo dudo mucho. Las preocupaciones por la acústica es una manía moderna de los especialistas causada por los desastres arquitectónicos actuales. Pero en un corral como el de Alcalà nunca se han producido problemas de acústica. Para mí el elipsis se produce por un deseo naturalísimo de fundirse con el espectáculo teatral y poder ver el espectáculo mientras se ha visto. Es el exhibicionismo perfecto.
Una vez finalizado el montaje, los técnicos nos visitan más detalladamente el teatro. Desde el foso empedrado de debajo de la tarima vamos a las encabezadas gloriosas que aguantan el techo, y también el moderno equipo de iluminación. En el rincón más extremo del segundo piso, entrando de lleno en el espacio que delimita la embocadura, había una lonja privada que se situaba, como decíamos, ya en el interior de la caja escénica. En este palco se conserva una puerta que daba al antiguo edificio de vecinos y que servía para que las viudas se encontraran con sus amantes buscando consuelo o jolgorio. Las señoras cruzaban la puerta, y en el territorio ambiguo y privado de un palco en el interior del espacio de fantasía teatral, se abandonaba en las batallas de Venus mientras, de vez en cuando, se levantaba la cabeza y se seguía el espectáculo desde una posición de privacidad privilegiada. Lo de las viudas, dice el técnico, es lo que explican las guías turísticas del corral de comedias, en un intento de hacer más aceptable la lujuria. Para mí, el erotismo, e incluso la cosa prostibularia, es algo tan consustancial de la vida teatral, que no hace falta ni hablar de ello. Pero debo decir que me entusiasma la materialización tan institucional del Amor que tiene este palco del Siglo de oro. ¡Viva el Siglo de oro!
Otro elemento prodigioso de este teatro son los candelabros que iluminan el patio de butacas, y como antiguamente eran de cera, estaban colgados de unas cuerdas que subían y bajaban al empezar y finalizar la función teatral. Este movimiento del fuego y la luz adquiría un carácter muy ceremonioso. ¡Lástima que este movimiento no se conserve en la actualidad! Lo que sí conservan de los tiempos mágicos de cuando no había electricidad es la señal para empezar la función: suena una campanilla, como la que el aprendiz de brujo hacía sonar cuando era monaguillo en la iglesia de su pueblo justo antes de la consagración de la Eucaristía. ¡Fantástico! ¡Esto debo mantenerlo en posteriores espectáculos! Y es que esta campanilla es algo tan casero y al mismo tiempo tan místico que nada podría ser más adecuado. ¡Es la campanilla que anuncia la transustanciación católica de la materia del pan en el cuerpo de Cristo y, en el caso del teatro, la transformación de los actores y títeres en reyes y príncipes!
Las dos funciones que hicimos fueron muy bien. Han sido un puro sueño. A pesar del frío, entre función y función, hemos paseado por la hermosa ciudad de Alcalá de Henares. Hemos visitado la Universidad y la Catedral-magistral de Alcalá. Hemos comido un cocido celestial en el Meson de Castilla la Mancha de la calle Portillo, un sitio familiar y tradicional. No hemos podido visitar la casa natal de Cervantes porque es lunes, pero nos dicen que es un camello para turistas. ¡Lástima!
Nos vamos de Alcalá con un gran recuerdo del teatro, de su equipo de profesionales y de esta bonita ciudad castellana tan antigua que esperamos volver a visitar con regularidad en adelante.
La foto del inicio es del “Corral de comedias” de Alcalá de Henares, donde hemos hecho las mejores representaciones de La tempestad de Shakespeare. ¡Ven, vide y vencido! Como decían los griegos…
¡Hasta pronto!