Princeptotilau

Trabajando en el Olimpo de los dioses

Ahora que acaban las tormentas de esta fría primavera, retomo este blog, tan abandonado, en medio del extraño desconcierto que siempre tengo cuando acabo un espectáculo.

Siguiendo el consejo de mi añorado profesor Jaume Melendres, ordeno los recuerdos, y hago balance del trabajo realizado durante todos estos meses que ha durado la creación del espectáculo Petruixka en el Gran Teatre del Liceu.

Mi primera relación con la música de Petruixka fue durante mis estudios de aprendiz de brujo en el Institut del Teatre. Cumpliendo todos los requisitos de la bohemia, gastaba el poco dinero que tenía al comprar algún libro o disco, y esto me obligaba a ser muy creativo en la migrada cocina compartida de estudiante. Uno de los discos que canjeé por un bistec de buey fue el Petrushka de Igor Stravinsky. Desde entonces esta música siempre me ha pedido que la llevara al escenario de una forma u otra y, finalmente, después de veinte años de presencia a mi lado, he conseguido estrenar un espectáculo de danza, con esta música, en Gran Teatro del Liceo. ¡La espera ha merecido la pena!

Clara Dalmau y yo, obedeciendo a los deseos del príncipe Totilau, presentamos el proyecto en el Liceu hace ya más de dos años y desde entonces lo hemos ido adaptando, como siempre hacemos, a las necesidades de la producción, es decir: de quien paga. Uno de los mayores intereses del Liceu era poder hacer un espectáculo de ballet con la compañía IT Dansa, con quienes ya habían trabajado en alguna otra ocasión. Esto me permitió cumplir uno de los sueños de todo aprendiz de hechicero: trabajar con bailarines de primer nivel.

Este aprendiz de hechicero siempre ha tenido la obsesión por los cuerpos humanos sobre el escenario, y en cómo, esta carne humana, se metamorfosea en emoción gracias a las artes mágicas del teatro. Los buenos bailarines son los actores ideales: poseen el cuerpo absolutamente dominado y son capaces de alcanzar la expresión de las emociones más finas y profundas con la sencillez de un ser divino. Sí, trabajar con los bailarines de IT Dansa es como trabajar en el Olimpo de los dioses. Se maravilla que con lo tan cercano que tenemos todos, nuestro cuerpo, ellos sean capaces de cruzar todas las fronteras de la realidad y hacer cosas que ningún humano puede hacer. Los bailarines rompen todas las lógicas de nuestra vida vulgar y nos hacen pensar que quizás también podríamos probar la divinidad si nos moviéramos tan libremente como ellos. Los bailarines ensanchan el horizonte de posibilidades de la vida humana. ¡Por eso son dioses!

Los jóvenes dioses de la compañía IT son juguetones, traviesos, geniüts, emotivos, misteriosos, amables, tiernos, trabajadores infatigables y, por encima de todo, cuando se mueven, son de una belleza celestial, es como mirar las nubes de ésta primavera. Trabajar con ellos ha sido un puro embeleso. Sólo debido a que el proceso de creación del espectáculo ha sido excesivamente largo (y que he tenido que desplazarme a Barcelona), se ha tenido ganas de dejar el Olimpo y volver al mundo real de los bolos ya mi carro de Tespis sobre el asfalto.

Durante todos estos meses hemos aprendido muchas cosas. Por ejemplo ha sido muy instructivo trabajar con la coreógrafa Catherine Allard, una fiel discípula del genial Jirí Kylián. Y seguro que en La compañía del príncipe Totilau haremos cosas muy distintas a raíz de este conocimiento. El hecho de trabajar con uno de los mayores teatros del país también me ha enseñado muchas cosas. Ante todo he confirmado mi creencia en la importancia de la estructura del dinero para la felicidad artística de una producción: ¿Quién tiene el dinero? ¿Cuándo los tiene? ¿A quién les da? ¿Cuándo les da? ¿Quién cobra de quién? Etc… El dinero, por ejemplo, establece la fidelidad y la jerarquía, y esto puede ayudar o dificultar un proceso creativo de forma determinante. Porque cuando no existe el vínculo del dinero, existe el peligro, muy habitual, de que los espectáculos se produzcan antes de levantar el telón.

He visto, también, la importancia y la necesidad de que exista una auténtica confianza en el trabajo de los demás. En un espectáculo con tanta gente trabajando, ¡hay que confiar en los demás! La necesidad de aprovecharse inteligentemente de lo que hacen los demás ha sido sin duda la principal lección de este espectáculo.

Recuerdo que en mis primeros espectáculos tendía a desconfiar. En quien primero desconfiaba era en mí mismo, por supuesto. Esto producía, por nerviosismo, que desconfiara de todo y de todos. Si el escenógrafo me traía una propuesta que (evidentemente) no encajaba en lo que había pensado mi migrada imaginación, ya no sabía qué hacer y empezaba a pedir que esto fuera más largo, más corto, más azul, más verde, más no sequé … Evidentemente, todos estos cambios, lo único que hacían es que el espectáculo fuera peor.

En cambio, y sobre todo a partir de mi relación profesional durante varios espectáculos con Martí Doy, he visto que es mucho mejor apoyarse en el trabajo de los demás para poder saltar más arriba. Sumar el talento de todo el equipo artístico a un proyecto colectivo, como es un espectáculo, es mucho mejor que pretender “corregirlo” porque no encaja con mis huelgas expectativas. Hay que tener generosidad y valentía para aceptar que el trabajo de los demás puede ayudarme. Al mismo tiempo, también hay que saber perdonar las carencias de los compañeros y darles ánimos por lo excepcional. ¡Nunca hay que emborracharse con el licor barato de la ambición! Cuando en algún espectáculo anterior he tenido ambición de hacer algo «genialoso», el desastre se ha producido indefectiblemente. Los fracasos me han enseñado a intentar mantener, como el artesano, la cabeza siempre serena y tranquila, para no caer en el triste columpio de la vanidad y la inseguridad. Porque cuando me ha empujado la vanidad, y no he perdido del todo la sensatez, la inseguridad se ha producido de forma inmediata, violentísima y destructiva. Así, con los fracasos, he ido aprendiendo a relajarme, y dejar que las cosas pasen delante de mí como un cazador paciente.

En este espectáculo he aceptado como nunca el trabajo ajeno. Trabajar con Anna Alcubierre, Martí Doy, Alberto Rodríguez, Silvia García, Carlos Gibert, Catherine Allard, Guerássim Boronkov, Antoni Arrufat, y muchos y muchos otros profesionales del Gran teatro del Liceo, ha sido una aventura muy emocionante! Se ha hecho evidente que cuanto mayor es el barco, menos cosas debe hacer el capitán. Simplemente hay que preparar una buena ruta antes de empezar y, una vez hemos zarpado, basta con vigilar que se siga el rumbo correcto y dejar que el resto de la tripulación haga su trabajo. El resultado ha sido interesante, al menos para mí. Bien, y para el público espero que también.

La compañía del príncipe Totilau nos sentimos muy orgullosos de haber llevado el timón de este proyecto y de haber acercado esta importante obra de Igor Stravinsky a los niños de nuestro país. ¡Aquí lo tiene! Petrushka!

Ahora hay que bajar del Olimpo de los dioses y volver a lo real… por ejemplo hay que remover la tierra del huerto y sacar las malas hierbas. ¡A ver si podremos cosechar algún tomate!

¡Hasta pronto!