Princeptotilau

El Nacional, de Los juglares

Pocas veces en la vida se tiene la suerte de poder revivir con la misma intensidad del primer amor, el espectáculo que ha construido, como una piedra inmensa y solitaria, los cimientos de la profesión teatral de todo aprendiz de brujo. Para un servidor, este espectáculo ha sido, sin lugar a dudas, “El Nacional” de Els juglars. Un espectáculo que, como un regalo de los dioses, puede volver a verse esta temporada en los teatros de España, después de casi dos décadas de su estreno.

Hace 19 años tuve la suerte de conseguir unas invitaciones para los alumnos del Institut del Teatre, donde entonces estudiaba, para ir a ver “El Nacional” de Els Joglars. Ésta era una compañía que nunca había podido ver en directo y que sólo conocía por la prensa. Tengo que reconocer que Los juglares me caían más antipáticos. Las constantes apariciones en los medios de comunicación de su director rompían el modelo de buen chico calladito que yo iba asimilando que debía tener un artista del teatro, si es que aspiraba a ser subvencionado algún día por los poderes públicos.

Pero ocurrió un hecho extraordinario: tras el estreno de “El Nacional” se levantó una oleada furiosa de indignación recorriendo los pasillos del Institut del teatre. Las aspirantes a divas de la escena agrietaban la voz y perdían las formas:

– “¿Has visto la última obra de los Joglars? ¡Es un insulto a la profesión!”.

Los chicos de dirección, con vocación de intelectual, se hacían el descomido:

– “Boadella ha vuelto a hacer una de las suyas…”.

Algunos profesores entraban en clase con la cara desencajada y se sentaban incómodos en su cátedra. En mi odio espontáneo, antiguo y natural hacia las instituciones docentes, estas pérdidas de compostura me divertían enormemente. El Instituto del teatro estaba en cuestión.

La marabunta fue creciendo y cuando llegó el día para ir a ver «El Nacional» en el teatro Tívoli, no teníamos la misma sensación de ir a hacer los deberes, como cuando nos invitaban a otros teatros. Ir a ver “El Nacional” era como dar un salto en el tiempo en la historia del teatro e ir a ver una obra de Molière en tiempos de Molière, y escenificada por el propio Molière. Un regalo sin precio para un aprendiz de bolsillo como yo.

Recuerdo que me quedé petrificado mirando, fascinado, ese espectáculo. Aquello era un prodigio en la transformación del tiempo y del espacio escénico. Era una revelación respecto a lo que los actores podían llegar a hacer en torno a un conjunto de ideas. Las interpretaciones no eran ninguna exhibición egocéntrica y unilateral del supuesto genio del actor frente al resto de mortales. Este tipo de interpretación es frecuente en las grandes figuras que pululan por el teatro público. Pero con Els juglars se tiene la sensación de que los actores han abandonado completamente a la propia persona para encarnar al personaje y las ideas del director, completamente y conjuntamente en una compañía única. Esta sensación llegaba a dar, incluso, un poco de miedo en las interpretaciones de Ramon Fontserè, Pilar Sáenz, Xevi Vilar o Jesús Agelet, los protagonistas trágicos de este espectáculo.

Pero lo más sublevante y sorprendente era ver un espectáculo lleno de ideas nuevas y contundentes. A diferencia de muchos otros dramaturgos y directores contemporáneos que yo había visto antes, estaba claro que Boadella tenía cosas que decir. Y esto no es poco. Tener o no tener cosas que decir, ¡esta es la cuestión!

En medio de la función, algunas de mis compañeras de estudio huían histéricas, llorando por los pasillos del Tivoli, con las manos en las orejas. No podían soportar la revelación de la verdad. Luego las veías traumatizadas en el bar del Institut del Teatre intentando recomponer sus sueños de grandeza con un café con leche y una magdalena. Yo volví al teatro tres veces más, consciente de que este espectáculo sería, seguramente, el momento de aprendizaje más importante de mi vida de estudiante de teatro.

«El Nacional» hace una reflexión sobre el papel del teatro en nuestra sociedad. Habla de la interpretación, de la dirección, de la escritura, de la crítica, del público, de los poderes políticos. Describe sus miserias y también sus ideales. Es un espectáculo crítico ya la vez didáctico. Es un espectáculo lleno de emociones de baja estofa y de emociones sublimes. Es un espectáculo sincero y generoso como todos los que realiza el maestro Boadella.

Pasarán los años y quizá algún día deje de hacer teatro, por ejemplo para dedicarme a cuidar de los rebaños del príncipe Totilau, y poco a poco desaparecerá esta manía mía de levantar el polvo de los escenarios pero, gracias a haber visto “El Nacional”, siempre recordaré que estuve presente en uno de los espectáculos que ha encarnado la excelencia teatral de nuestro país, protagonizada por la prodigiosa compañía de Els joglars.

Este otoño de 2011, después de casi veinte años de esta aventura de estudiante, el diez Cronos nos ha hecho un regalo sin precio: Los Joglars han vuelto a escenificar “El Nacional” y han iniciado una gira por toda España. A un hecho tan excepcional como éste, era necesaria una respuesta rápida y sin excusas. Había que ir a ver al príncipe y pedirle permiso para abandonar el palacio de invierno.

Mi gran amigo, SR. Casanellas, bibliotecario de la corte, y un servidor, conseguimos un salvoconducto del príncipe Totilau para ir a Madrid. En palacio estamos en plenas reformas arquitectónicas y todos los sirvientes de la corte debemos ayudar. Por eso el príncipe nos hace una gracia especial en dejarnos marchar. ¡Nunca le podremos agradecer suficientemente su generosa generosidad!

Ave es siempre algo un poco irreal y nos produce una sensación de descompresión cuando aterrizamos en Atocha. En Madrid todavía es verano y la ciudad se me hace un poco rara porque mis recuerdos de esta ciudad están rodeados de frío y nieve, conduciendo nuestro carro de Tespis en las giras invernales. Sin más dilación tomamos la dirección del Nuevo Teatro Alcalá, y como somos de pueblo y nos gusta ver los ministerios, vamos a pie.

Las calles de la ciudad de Madrid están bastante vacías, es la hora de la siesta, y llegamos al teatro con facilidad después de una horita de andar. Charlando, charlando, sobre el arte, la filosofía y la disolución de la vida, con el sr. Casanellas siempre se pasan ratos agradabilísimos. Es una costumbre que tenemos cuando estamos en el palacio del príncipe y que aquí seguimos con naturalidad.

En cuanto lleguemos a lugar, damos una vuelta a la manzana que contienen el teatro, con la voluntad de pasar el rato, al modo peripatético, que todavía nos queda antes de que empiece la función. Un servidor está bastante nervioso. Volver a ver Los juglares es algo importante. ¡Muy importante!

Llegamos a la parte trasera del teatro donde está la puerta de carga y descarga de escenografías y, como si fuera una aparición de la musa Talia, veo a la gran actriz Pilar Sáenz ya vestida con el vestuario de su magnífico personaje de “ Montse”. Nunca había tenido la ocasión de saludar a la que yo considero la mejor actriz del país. ¡Un fenómeno de los escenarios inigualable! Y, por sorpresa mía, ya que soy de naturaleza tímida, me tiro imprudentemente a los pies de la actriz y le declaro mi adoración.

– ¡Hola Pilar, somos dos fans vuestros, que hemos venido a Madrid expresamente a veros!

Lógicamente, la actriz da un paso atrás, temiendo por su integridad física a causa de mi descontrol adolescente. Pero enseguida nos presentamos con algo más de formalidad, y Pilar se recuerda que un servidor había trabajado ayudando al ayudante del maestro Boadella en la obra sobre Josep Pla en 1998, cuando ella pasó un tiempo alejada de los escenarios.

– Ya le diré al resto de compañeros que has venido…

¡Y hace un mutis sensacional, impecable!

Pilar es una actriz de un talento y profesionalidad excepcional. Verla en los escenarios me deja totalmente boquiabierto y admirado. Transmite una enorme alegría vital a sus personajes, tanto de puta, como de Marta Ferrusola, como de ministra de medio ambiente o de monja. Construye personajes muy complejos con precisión y sensación de facilidad mágica. Es un fenómeno de la naturaleza que debe verse. Es el juego personificado. No se puede explicar…

Por fin entramos en el teatro y la platea se llena hasta los topes, en una amplia sonrisa hacia la crisis. Saludo al técnico de la compañía, el histórico Jordi Costa, para quien tengo un gran cariño y respeto. Sube el telón y veo un escenario algo menor de cuando lo estrenaron hace 19 años. Toda la escenografía está más compactada, pero con la misma sensación de misterio de la primera vez. Disfruto enormemente del espectáculo, con un gran sentimiento de gratitud por poder estar aquí. Tengo la sensación de que la nueva escenificación es algo más concentrada, más destilada. Todo está lleno de contenido moral y estético. Los retoques que ha hecho el maestro Boadella hacen que el espectáculo sea aún más trepidante y denso, como una granada madura de otoño. Pienso:

– “¡Esto es teatro y no subvención camuflada de cultura!”

Siento que estoy ante la auténtica historia viva del teatro español. ¡Pasará mucho tiempo al volver a aparecer un dramaturgo del talento y sabiduría del maestro Boadella y una compañía como ésta!

Las más de dos horas que dura el espectáculo son muy intensamente vividas. Me da la impresión de que Boadella construye la escenificación en función de la sensación visual que quiere conseguir. Al mismo tiempo, la construcción rítmica y tonal de las voces y movimientos de los personajes, hace que el espectáculo crezca y crezca de forma puramente musical, más allá del significado de las palabras. Es como estar sintiendo una sinfonía fantástica. También tengo la sensación de que estoy más cerca del espectáculo. Durante todos estos años de seguir y estudiar al maestro, me da la sensación de que he aprendido algo. Ahora comprendo algunos mecanismos técnicos que utiliza Boadella, aunque reconozco que no sabría cómo reproducirlos yo mismo. La primera vez que vi este espectáculo, tuve la sensación de ver un teatro tan elevado que parecía hecho en otro planeta. Yo venía de la universidad, de leer a Carles Riba, Valle y Lorca, y de repente me encontré con esta pieza de orfebrería escénica que inundó mi conocimiento de libros empolvados con una nueva forma de entender el teatro. Tenía ante mí un Lope contemporáneo con un espectáculo sublevante que era “El arte nuevo de hacer comedias” del siglo XX.

¡Inevitablemente cae el telón y suenan grandes aplausos! ¡Largos aplausos! ¡Felicidad completa! ¡Luz! ¡Luz! ¡Danos luz! Al sr. Casanellas también le ha gustado mucho. Es el primer espectáculo de Los juglares que ha visto y las expectativas no han sido decepcionadas. Salimos del teatro extasiados y esperamos a los actores a la salida de los artistas. Mi vanidad aumenta cuando veo que están muy contentos de verme y saludarnos después de tantos años.

Trabajé con ellos hace 12 años, cuando terminaba mis estudios de aprendiz de brujo y me dejaron que les acompañara durante la creación del espectáculo sobre Pla, haciendo de aprendiz de brujo. El gran Jesús Agelet está más alegre y joven que nunca. Dolors Toneu está igual de guapa como siempre. Siento por Dolors una estimación especial porque los dos entramos en los Joglars a la vez, y compartimos la excitación y los miedos de entrar en una compañía tan importante. Finalmente sale el gran actor Ramon Fontserè y me da un abrazo de una gran generosidad, pienso que estoy en brazos de un moderno Richard Burbage y la emoción sólo me deja decir: ¡Maestro!

Pasamos un rato hablando del espectáculo en medio de la calle. Recordamos las cositas que Boadella ha cambiado en esta nueva escenificación. Son pequeñas frases y acciones que para mí tenían mucha gracia e interés, pero que el director ha suprimido con la mano firme y tranquila de un buen cirujano. Nos despedimos con gran alegría y emoción.

En la calle, caminando con el sr. Casanellas hacia la pensión, en el silencio de las calles de Madrid, noto que ya les echo de menos. ¿Cuándo volveremos a ver otro espectáculo de Els joglars? ¡Gran pregunta!

Tome el coche, el autobús o el tren, si es necesario ir a pie, pero ¡no se lo pierdan por nada del mundo!

¡Hasta pronto!