Princeptotilau

Fuerte Apache

Como una costumbre que, de tan repetirse, ha ido adquiriendo el carácter de ritual de liberación, cada vez que acabo un espectáculo me refugio en las paredes confortables y seguras de Fuerte Apache, la película mítica de John Ford.

En Fuerte Apache encuentro la ilusión alegre y fresca de un orden perfecto. Y me imagino que algún día conseguiremos una nitidez parecida sobre nuestros escenarios artesanales. Pero de momento, en medio del caos mental posterior a un estreno, hay que refugiarse en Fuerte Apache, dejar caer alguna lagrimita inesperada ante los gestos magistrales de John Ford, para luego levantarse y seguir trabajando, claro.

Un estreno representa, siempre, el último salto, como el de una gallina desesperada, en la espiral ascendente del caos de los ensayos. También es una liberación de cuatro meses de lucha, sin saber nunca, claramente, si la batalla estará finalmente ganada. Después de un estreno me queda una sensación confusa de espectáculo que nunca consigo enfocar con claridad.

Sólo es en la repetición continuada ante el público, es decir, con los bolos, que voy enfocando los perfiles y líneas del espectáculo, hasta adquirir una forma suficientemente definida y comprensible a mis ojos. En un estreno, cuando, en la confianza de las trincheras, los actores me preguntan por el tipo de espectáculo que hemos hecho, sólo hay una respuesta posible: no tengo ni idea…

El estreno de nuestro último espectáculo «El país del pan con tomate» ha ido sorprendentemente bien, dado que hasta el último momento parecía que haríamos una cerilla colosal. Es un espectáculo que nos ha costado mucho hacer. ¡Mucho! Las primeras semanas de ensayo sirvieron para lanzar a la basura una dramaturgia que me había costado meses y meses de escritura solitaria. Así que tuvimos que empezar de nuevo casi desde cero, pero esta vez desde el escenario y acompañado por un gran equipo de artistas. Recomenzar, ¡gran palabra!

Quizás la mayor dificultad ha sido que en este espectáculo no contábamos con el trabajo de nuestro titiritero habitual, Martí Doy. Por eso hemos tenido que apoyarnos en las nuevas incorporaciones a la compañía: la actriz Mònica Torra, la escenógrafa Anna Alcubierre y el dibujante Jordi Enrich. ¡Otra vez se ha demostrado que la potencia del teatro está en su colectivo!

Mònica Torra es una actriz de nuestro pueblo (San Martín de Tous) y este solo hecho nos pareció determinante para pedirle trabajar con nosotros. Luego fuimos a verla en uno de sus espectáculos en solitario y resultó que, además de ser de Tous, era buena actriz. Contratada!

Mónica tiene unas cualidades muy difíciles de encontrar entre las actrices académicas: es una persona discreta, alegre, optimista, positiva y sin una gota de divismo. ¡Ah!, y me dejaba lo más importante: le gusta mucho jugar.

Clara y Mónica han hecho un dúo interpretativo muy tranquilo y armónico. Sólo ha sido necesario sentarse en la silla de director y dejarlas hacer. Esto ocasionó una de las mejores alabanzas que han hecho de nuestros espectáculos: “Es que no interpretan, no hacen como las actrices que se ponen bien y hacen esa voz, y todo el rato se escuchan… aquí las veías jugar, pasar -se lo bien, hacer el burro.” De hecho esto lo tengo que considerar como un pequeño éxito personal porque casi la única indicación de director que di a las actrices fue: “No sé… haga el burro un rato”. O bien: “¡Haz más el burro!”. Y finalmente: “Bueno… Haga lo que le dé la gana…”. Porque de hecho, como dice mi amigo Manolo Kant “Kunst ist das hervorbringen herramientas Werks durch Freiheit”… Bien… dejémoslo…

Clara ha ido acumulando trabajos heroicamente en este espectáculo. Además de hacer de actriz, ha hecho de dramaturga, ha hecho de productora, manteniendo a la compañía dentro de la legalidad y la realidad, y ha engendrado a una criatura. La gestación ha dado a los ensayos un tempo más tranquilo y natural. Y es que una actriz embarazada, engendrando calladamente a un pequeño ser humano, da la justa medida de la importancia de la creación artística en el teatro: nada, fuego de virutas…

Las únicas revoluciones que se han producido durante la creación de este espectáculo han estado en las visitas de la escenógrafa Anna Alcubierre. Cuando Anna llegaba a Sant Martí de Tous, un grupo de niños del pueblo la seguían alegremente hasta el teatro y gritaban: “¡Ha llegado una escenógrafa! ¡Ha llegado una escenógrafa!”. Después de sus visitas, el espectáculo cogía un nuevo rumbo más estimulante y definido. Trabajar con Anna es una forma de asegurarte de que el espectáculo estará mucho mejor y también que aprenderemos muchísimo. Anna trabaja con nosotros desde el “Petruixka” en el Liceu, ya sus grandes conocimientos artísticos y técnicos añade una bonita y agradabilísima sonrisa. Este rasgo ya la hacía destacar en medio de todos los demás escenógrafos durante nuestros años de estudiante en el Institut del teatre. Y podemos decir, sin exagerar ni un ápice, que su sonrisa ha sido determinante a la hora de contratarla.

El trabajo con el dibujante Jordi Enrich ha sido curioso. En un principio debía diseñar los títeres, pero la evolución del propio espectáculo nos ha llevado a prescindir totalmente de estos instrumentos por primera vez en nuestra compañía. Con un estoicismo ejemplar, Jordi se ha ido adaptando con entusiasmo a los repentinos giros que iba haciendo el espectáculo. Su conversación apasionada ha influido en muchos aspectos tanto dramatúrgicos, como musicales, como plásticos de forma fina pero persistente. Jordi, además de formación en bellas artes, tiene formación en antropología, y este hecho ha sido determinante en el punto de vista de la narración dramatúrgica. Pinturas, músicas, películas y libros han sido el combustible de nuestro trabajo con Jordi. Y también se han incorporado a la fiesta el resto de su familia: Anna, una maestra experta en educación infantil que ha estado a nuestro lado desde el principio, y también sus hijos Maria, Bernat, Clara… y Aina, nacida hace un mes!

Hay que reconocer la influencia de todos los niños que hemos tenido cerca para hacer este espectáculo, empezando por nuestra hija Laura, los hijos de Anna, Gil y Jana, los hijos de Jordi y Anna, que ya hemos citado, y también a nuestros sobrinos: Roger, Laia, Joana, Artur, Guillem y Gala. El espectáculo está dedicado a ellos, y ellos nos han inspirado en nuestro trabajo.

También es de justicia reconocer la guía de muchos maestros que nos han acompañado desde el inicio del trabajo, y sin los que no hubiera sido posible realizar este espectáculo: Tamara García, Elisa Elies, Anna Tasies, la Marta Hervàs y Montserrat Palet.

Y sería de mala persona no agradecer a Juan Hervás (el padre de un servidor) su trabajo en la construcción de la escenografía y su santa paciencia.

Después del estreno que, gracias a Dios, ha pasado como abrir y cerrar los ojos, me he lanzado a la lectura compulsiva de Félix de Azúa. “Abierto a todas horas” y “El diccionario de las artes” han sido devorados ávidamente. Los libros de Félix de Azúa te transforman. Ya no eres lo mismo que eras antes de leerlo. Son libros que, como los de Josep Pla, piden una constante relectura a lo largo de la vida. Especialmente “El diccionario de las artes” es un libro que aprendiendo de brujo debería leer, al menos, una vez al año y poco a poco.

¡Por fin ha llovido! Han caído unas cuantas tormentas que nos han hecho dormir como unos zocos en medio de los rayos. Hemos descansado. El aire está más limpio y las plantas lucen su bonito color verde de septiembre. El otoño ha aparecido y nos hemos puesto una chaqueta. Hoy, que es domingo, iremos a cosechar moras silvestres para hacer la mermelada de todo el invierno. Y por la noche, tapados con una manta de lana, ¡miraremos Fort Apache! ¡Qué gran día que nos espera!

¡Listo para recibir la nueva ola de indios!