Princeptotilau

37 días y 37 noches

Gracias a la eficacia de un gran colectivo de profesionales, la ópera «Oh, el amor!» que he dirigido al Petit Liceu, ha finalizado como Dios manda. Es decir: todo el mundo ha quedado contento. Ésta ha sido una dirección de escena curiosa porque la he tenido que fraccionar muchísimo y las sensaciones que produce la continuidad de un espectáculo sólo las he podido percibir durante la última semana de ensayos antes del estreno, casi hasta que no hemos tenido al público sentado en sus butacas. Trabajar la escena sobre los compases, sin embargo, ha sido muy interesante y me ha obligado a tener una visión general de matemática pura que en cierto modo me ha tranquilizado. Al final todo eran habas contadas.

Para hacer tabula rasa de mi cerebro, después de unas semanas de mucha concentración en una sola cosa, me he propuesto la dieta de la alcachofa shakespiriana. Es una dieta bastante drástica que consiste en hacer vida normal pero dedicar cada uno de los próximos 37 días y 37 noches a leer (y ver) cada una de las 37 obras de William Shakespeare.

Para empezar por el comienzo, he cogido a Tito Andrónico de la biblioteca. Ésta es la primera obra que se atribuye al mejor dramaturgo de todos los tiempos y vale la pena ver cómo se va hirviendo la olla de su talento. Es una obra que hace mucho que conozco y he visto en varias ocasiones. La versión cinematográfica de Julie Taymour es muy interesante. E incluso hubo un tiempo que tenía tentaciones de escenificarla, en algún arrebato de agresividad escénica. Ahora todo es muy diferente. Todo es más templado.

Me levanto temprano y empiezo a leer. La sensación de tristeza es inmediata. El pobre Tito es un personaje lleno de patetismo. Se presenta inicialmente como un triunfador que vuelve lleno de honores de los campos de batalla. Pero su comportamiento es demasiado recto incluso excesivamente rígido. De hecho, llevar al sacrificio ritual al heredero de su enemiga, la reina Tamora, ahora prisionera, es un acto, quizá legal, de celebración del fin de una guerra, pero también es un acto de gran crueldad hacia una reina de los vasos vencida y humillada. Es esta cruel rigidez de Tito, nuestro protagonista, la que enciende el motor de la venganza, y la violencia precipita una maldad sobre otra, cada vez mayor.

La maldad que se desata es pura, sin disimular ni justificar, como en la vida. La bondad y la nobleza, Titus, es ingenua y patética. De este conflicto van apareciendo una serie de hechos escabrosos que van subiendo el listón de la barbarie en cada página. Parece una escalera que vamos ascendiendo para ver mejor hasta dónde puede llegar la crueldad humana: el derramamiento de sangre, la violación y mutilaciones de la querida hija de Tito, el horror de las automutilaciones a causa de un chantaje cruel, los asesinatos sin suelta como el asesinato de la propia hija e, incluso, obligar a comer a sus hijos a una madre como arma de la última venganza. Estos son los hechos que construyen la tragedia de Tito Andrónico. El resto sólo es una sustitución de un emperador romano por uno nuevo. Ahora bien, esta sencilla trama se sitúa en una Roma fronteriza con los vasos, es decir: entre la civilización y la barbarie. Y vemos cómo rueda la moneda por esa línea tan delgada sin saber de qué lado acabará cayendo. ¿Qué es la civilización? ¿Qué es la barbarie? Son las preguntas que nos deja en el aire Shakespeare.

Una vez empezado el péndulo de la violencia y su venganza, el columpio no para de subir cada vez más arriba. En realidad el “¿a ver quién la hace más grande?” parece ser el motor de la dramaturgia de Shakespeare. El problema es que esto no tiene más freno que el agotamiento por aburrimiento. Porque siempre se puede hacer una barrabasada aún mayor.

A las siete salgo de casa y me voy hacia la comarca de Osona. Hago de viajante de comercio de nuestros espectáculos. En la compañía no tenemos ningún actor que salga por la tele y eso nos obliga a una venta más artesanal. También es cierto que nos dediquemos al teatro infantil y, a menudo, a los títeres, y eso nos sitúa casi entre los parias de la cultura. Al coche escucho Las Nouveaux chemins de la connaissance. ¡Viva Radio France! Clara me prepara las rutas y yo recorro la comarca defendiendo nuestros espectáculos ante los programadores y pequeños funcionarios de la cultura municipal. En ocasiones son muy amables y simpáticos: nos hacemos amigos y cómplices.

Me gusta el verde de la llanura de Vic y las masías. La huella de Roma está presente en estas casas nobles. La belleza es intensa. Entre los papeles, como a veces me toca esperar al funcionario de turno, llevo a Tito Andrónico y voy leyendo… ¿Dónde estoy? ¿En Vic? ¿En Roma? Y de nuevo en el coche, esta cárcel con neumáticos de la vida contemporánea. El calor es alegre y llamativo. ¿Nos saldrán actuaciones para este verano? Tengo la sensación de que nos estamos equivocando en la estrategia. ¿Dónde está el mercado teatral? ¿Cómo puede que Shakespeare llenara los teatros de gente casi analfabeta y ahora cueste tanto que nos den una actuación en este país nuestro tan culto? ¿Qué ha pasado? ¿Qué tipo de teatro podría interesar a estos técnicos de cultura? ¿En qué están pensando? ¿En TV3?

Llego a comer a media tarde. El sol ya guiña el ojo. Clara ha hecho muchísimo trabajo de oficina. Los niños vuelven de la escuela. Jugamos en los jardines de la reina Rosamunda. Estamos en plena guerra contra el pulgón. Sin embargo, las hormigas retroceden (…como los vasos de la reina Tamora). Los granados se fortalecen. Los cerezos maduran la fruta. Regamos los árboles en la paz de la tarde. Los niños cogen agua del estanque y hacen ríos y charcos en el arenal. Sigo leyendo a Tito Andrónico en el porche del jardín mientras hago de guardián (sin glabio) de mis hijos.

Me interesa mucho el personaje del Chico. Aparece al final de la obra y se queda. Hay momentos muy bonitos como cuando aparece el libro de Las Metamorfosis de Ovidio y el chico dice: «me lo dio la madre». Me hace pensar que quizá sea autobiográfico. Éste es un libro fundamental en la obra de Shakespeare y ya aparece en su primera tragedia. También aparece Horacio. Al término de la obra, como en todas las tragedias de Shakespeare, se produce la renovación purificadora del poder. Ahora bien, la esperanza de que dure la paz es muy incierta, porque todas sus tragedias comienzan con alguien que sube al poder y terminan por igual. Así pues, ¿es el final de una tragedia o el comienzo de una nueva?

¡El emperador está a punto de salir por el pórtico! ¡Salve Luci, el nuevo emperador de Roma! …¡Y que Dios nos coja confesados!

Por cierto: la imagen del inicio es una de las siete maravillas de la ciudad de Vic, aparte de los campos de trigo y las masías…

Mañana toca La comedia de los errores. Segunda noche.