Princeptotilau

Dos comedias italianas

Para aprender bien los límites de un oficio nada más rápido que seguir la tradición. «La comedia de los errores», la segunda obra escrita por Shakespeare, es una obra basada en la tradición de la commedia dell arte y sus habituales argumentos de enredos domésticos. Hay biógrafos que dicen que nuestro autor viajó durante sus «años perdidos» por Francia e Italia. Y parece que fue en esos viajes donde entró en contacto directo con los personajes arquetípicos y simbólicos de los arlecchinos, los pantalones, los dottores y capitanos.

En cualquier caso, Inglaterra de finales del siglo XVI tenía una fuerte influencia del teatro que se hacía en Italia. Era como para nosotros hablar de la cultura americana y de la importancia del arte narrativo de John Ford, Billy Wilder o Frank Capra. ¡Nunca hay que perderles de vista!

Sin embargo, Shakespeare añade a la tradición un plus que es su sello personal: la multiplicación. Es el dos al precio de uno. Realiza un producto a partir de dos historias antiguas unidas que quedan así amplificadas. Por un lado coge “Els Menecmes”, de Plauto, donde dos hermanos gemelos eran separados en la infancia para reencontrarse casualmente cuando ya son jóvenes en una situación que provoca un montón de enredos divertidos. Y, sobre esta base, Shakespeare multiplica por dos la situación y hace que sean dos parejas de gemelos las que son separadas en la infancia (añadiendo el argumento de “El Anfitrión”, también de Plauto). Sin embargo, en este caso, la segunda pareja de gemelos hace de criado de la primera y esta diferencia de clase social hace mucho más divertida su comedia porque los criados son unos divertidos arlecchinos, aquí por partida doble.

El poder de seducción del Arlecchino es universal y antiquísima, tanto como lo es el hombre y su confusión. Actualmente los arlecchinos han dado el salto a las pantallas de cine con toda naturalidad. El gran actor Jim Carrey es uno de los mejores ejemplos. De Plauto a Jim Carrey hay dos mil doscientos años de tradición y, en el fondo, para el hombre, no ha cambiado gran cosa.

«La comedia de los errores» tiene otros elementos destacables. Me gusta mucho la creación de una realidad ficticia, puramente teatral, a partir de normas exóticas y absurdas del lugar (literario) y de los hechos (literarios). Como, por ejemplo, la prohibición, bajo pena de muerte, a los habitantes de Siracusa de pisar la ciudad donde pasa la acción, Éfeso (una ciudad de Turquía y no de Italia, ¡no nos equivocamos!). Es una prohibición y condena, que cae sobre Egeon (padre de los dos gemelos) en la primera escena, generando la pregunta que se tensará a lo largo de toda la comedia: ¿Egeon será liberado o ajusticiado? Estas normas arbitrarias hacen que nos acerquemos al mundo de los cuentos populares y, así, se establece un vínculo con el espectador raso de forma inmediata. Otro elemento a destacar en la construcción de la comedia como obra popular es que trata de una desgracia familiar (la separación de ambos hermanos) que se resuelve felizmente al final de la obra. El poder de la familia es enorme para atrapar al público. ¡Ay, la familia! ¡Ay, la supervivencia de los genes! O como diría Dalí: ¡El ácido de-sox-i-ri-bo-nu-cleic!

Inesperadamente nos llaman del Festival de Teatro Clásico de Almagro anunciándonos la buena nueva que nos han seleccionado para participar con nuestra versión para niños de “La tormenta” de Shakespeare. Aleluya! Este espectáculo habrá tenido un recorrido aventurero: fue una coproducción con el Festival Temporada Alta de Girona, fuimos a un grupo de festivales como Fetén, Olmedo, o Vall d’Albaida. Lo hemos hecho en catalán, castellano y euskara, y quizás haga su última representación en el festival de teatro Barroco español más importante de todo el mundo: Almagro. Habrá sido un bonito intento. ¡A nice shot!

En medio de un tsunami de calor apocalíptico y que nos deja anegados, de forma puntualísima como cada verano, nos escondemos bajo la sombra del taller y repintamos la escenografía de “La tormenta”, arreglamos la utilería y el vestuario, y reforzamos algún títere. Después nos reunimos de nuevo con los actores para re-ensayar el espectáculo y tenerlo bien afinado. Ares y Sergio se quedan a dormir en el palacio. Los ensayos son intensos y debemos combinarlos con alguna actuación veraniega de “El lobo feroz”. En el bolo de Canet, visita Nicholas Moore, el amigo americano de nuestro tiempo en Estados Unidos que un día silencioso de otoño nos llevó a Picking apples a los campos de manzanas de Rhode Island. ¡América! ¡Qué país más lleno de antiguas tradiciones! …Pero en el bolo nos falla la microfonía. ¡Qué desastre más molesto! El público, sin embargo, queda igualmente contento. Los problemas técnicos en un espectáculo provienen, a menudo, de una dejadez con la que debo convivir pero que me cuesta mucho soportar. Así que, por la noche, compro material electrónico para evitar que se repita el problema. Atención colegas: cuando se hace teatro en la calle, los receptores de los micrófonos deben estar al lado del escenario, las cápsulas muy cerca de la boca y los altavoces cuadruplicados y repartidos por el espacio para que toda la plaza tenga una recepción de sonido similar.

Los dos hombres de la compañía nos marchamos un día antes hacia Almagro. Son ocho horas de furgoneta. Las chicas van en AVE el mismo día de la función porque deben llevar a las criaturas. Sergio tiene buena conversación y puede hablar de casi cualquier tema. Tiene un buen corazón y una buena cabeza. La bondad y la inteligencia se adelantan una a otra con ambición, Nuestro carro de Tespis vuela ligero sobre el asfalto hirviendo. Y en una recta de la Mancha, avanzando un camión con el sol de cara, pulsamos el acelerador a fondo y el ventilador del motor explota clavándose en el radiador como cualquier metralla indiferente. ¡Me parece que le hemos pedido demasiado a la ingeniería alemana! Pero aunque la furgoneta está herida y sangra un líquido refrigerador de color azul, llegamos a Almagro a la hora prevista para realizar la rueda de prensa y empezar el montaje. ¡El bolo está salvado!

Almagro es una hermosa ciudad de Castilla La Mancha. Su arquitectura, de una nobleza blanca y sencilla, hace soñar con una vida plena, serena y feliz. Es un pequeño cielo en una tierra austera y al rojo vivo. Vamos al Palacio de Valparaiso donde hacemos la rueda de prensa. La directora del festival, Natália Menéndez, joven actriz y directora, nos recibe con la típica amabilidad e inteligencia castellana. Tiene también un equipo muy simpático que nos hace sentir como en casa. Después de la rueda de prensa, empujamos la furgoneta hasta la puerta del teatro y empezamos el montaje acompañados de un equipo técnico muy trabajador y riguroso. Nos entrevista a Televisión de Castilla la Mancha e, inevitablemente, por la falta de descompresión geográfica, doy un espectáculo de payés de la Cataluña profunda sin remedio. Clara, en cambio, lo hace muy bien, a pesar de estar con fiebre y anginas.

La función va como una seda. El público calla, muy atento al espectáculo y, en el último compás de la función, estalla en aplausos como nunca lo había hecho. Un servidor no está contento del todo con nuestro trabajo y tengo una lista de cosas que deben retocarse y controlarse, pero los actores me transmiten el entusiasmo del público que ha sido enorme. ¡Mejor!

Salimos del teatro a las nueve y media de la tarde. Todavía hay una luz mortecina de color de ceniza y rescoldo, y las calles de Almagro son un horno a cielo abierto. Gracias a Pedro, el jefe técnico del teatro Municipal, vamos a buscar un mecánico de confianza, Juan-Fran, que se queda la furgoneta sine die. Después, en taxi, vamos a Ciudad Real a dormir y, al día siguiente por la mañana, todos a casa. Las chicas en tren y Sergio y yo, alquilamos un coche y hacia Madrid. Sergio volverá a Donosti en autobús, y un servidor se quedará tres días alrededor de Madrid haciendo visitas a los técnicos de cultura de los teatros.

Estos técnicos de los teatros madrileños son buena gente, cultos y refinados. Por las tardes voy al Prado con los rebaños de turistas que aguardan las 6, cuando la entrada es gratuita. La visita a los Tizianos, Grecos y Velázquez es bastante extraña con ese calor tan abrumador y especialmente por la compañía de estos turistas en calzoncillos y chancletas que se apresuran a pasar por delante de los cuadros más emblemáticos del museo. No se les puede culpar de nada, ¡hacer de turista es muy cansado! Existe una exposición temporal con un arlequín de Picasso muy bonito. En el Reina Sofía paso a saludar a Roberto Fernández Balbuena, Josep Togores, y Dalí, claro, tres conocidos míos de la época de estudiante universitario.

Después de tres días de viajar de comercio catalán por Madrid, Juan-Fran me llama y me dice que la furgoneta ya está arreglada. 800€! ¡Qué ruina! A las ocho salgo de Almagro a casa y llego después de ocho horas de conducción sonámbula y tropical.

«El amansamiento de la arpía» es la tercera obra de Shakespeare. La ubicación de la acción en Italia es puramente exótica e idealizante. Italia es el país del arte, de las ideas puras y de los personajes alocados. Está construida a partir de un personaje con una pasión llevada al límite: la última voluntad de libertad. Katerina quiere ser libre y se enfrenta al mundo. Se enfrenta a su condición de mujer sumisa, de hija sumisa, de vecina sumisa y, finalmente, de esposa sumisa. Su lucha se caracteriza por una desbocada agresividad verbal. Katerina es una malcarada sin freno, y el autor construye un personaje antagónico, Petrúchio, que debe reconducirla a la justa medida de las pasiones. El paso de deux es magnífico. ¡Qué buena pareja! El desludridor del conflicto, sin embargo, es la fuerza (típicamente) femenina de lo que dirán. Es ahí donde Shakespeare parece poner un límite a la desmesura femenina diciendo: vale, pero estaréis sometidas por el escarnio público. Para llegar a esta conclusión, el autor convierte a Petrúchio en un espejo del arrebato de Katerina. ¡Y funciona! Ver el arrebato absurdo de su marido hace sentir vergüenza a Katerina del propio comportamiento.
¡Muy bien, señor Shakespeare! ¡Progresa adecuadamente! ¿A ver qué nos lleva la próxima obra?

Por cierto: la foto del inicio es la basílica de San Antonio en Padua, la ciudad de los amores de Petrúchio y Katerina.

Hace unos años, bajo la estatua ecuestre del Condotiero Gattamelata de Donatello, me quedé en calzoncillos, como un turista vulgaris, esperando a que mi Katerina volviera de la iglesia, cubierta púdicamente con mi camisa blanca. Italia… ¡qué Stravaganzza!