Princeptotilau

Crónica de un "Pimiento"

Entre las actuaciones de Escenas de niños en Mataró y Vilassar de Dalt, y después del ensayo en el Liceu, la Reina Rosamunda me da permiso para ir a ver al Maestro y su El pimiento Verdi  en Los teatros del Canal. Al acabar la jornada, me despido de la mujer y los hijos con cierto dramatismo operístico, cojo el Ave, que es el metro de España, y me planto en Madrid.

La ciudad es vivísima en la oscuridad. Es un gran contraste con los encinares solitarios que se veían a 300 kilómetros por hora por la ventana del tren. Detrás del Congreso de los Diputados me topo con una manifestación indefinida pero me escapo de la masa humana compacta gracias al simpático metro madrileño. El teatro está bastante lejos pero llego a la hora. El edificio de Los teatros del Canal tiene más el aspecto de un banco que de un teatro. ¡Qué le vamos a hacer! ¡Hay mucho peores! Cogemos unas escaleras mecánicas, tipo Corte Inglés, y entramos en la Sala Verde que, por un extraño efecto cromático y sentimental, me hace recordar las zarzuelas que cantaba mi madre cuando hacía el sábado de la casa fresca de mi infancia.

El Maestro ha roto la cuarta pared en la distribución escenográfica. Entre el escenario y las butacas de platea hay una zona de mesas y sillas donde también se sienta el público que representa parte del restaurante donde pasará la acción. Hay público (que ha pagado una entrada más cara) que se sienta directamente en tablas en medio del escenario. Un grupo de camareros llenan las copas de vino rompiendo el enervamiento social que se crea antes de empezar un espectáculo. Esto del vino está muy bien. El público está feliz frente a la oportunidad festiva de compartir el espacio de la actuación. Entre los camareros veo a Jesús Agelet, un actor histórico de los Joglars, buenísimo intérprete en los papeles que le tocan y buenísima persona fuera de los escenarios. En este pimiento Verdi hará de “gracioso” una figura dramatúrgica importantísima en las obras del Siglo de Oro.

Veo que están grabando el espectáculo con tres cámaras y me sorprendo que dos de ellas estén colocadas tanto en los laterales. Harán una grabación de los actores desde unos ángulos muy cerrados. ¿Qué importancia tendrán aquí los saltos de eje? Pienso que tal vez de esta forma la grabación se haga desde diferentes puntos de vista como la de diferentes personas del público esparcidas e integradas en la escenografía de este restaurante. La frontalidad de la recepción es difundida. Este dominio del espacio escénico está hecho con gran naturalidad, como quien no hace nada.

El espectáculo comienza sin que nadie se dé cuenta. Poco a poco hay personas del público que empiezan a comportarse de forma singular y suavemente descubres que estás en medio de la acción dramática. Sin embargo, el planteamiento es claro y rápido: se trata de hacer un homenaje a Verdi en el conocido (y real) restaurante “El pimiento Verdi”. Dos espontáneos se ponen a cantar e inmediatamente se inicia la burla por parte de dos wagnerianos camuflados entre el público. El conflicto está servido a los dos minutos de empezar. El Maestro saca toda la artillería y nos adentramos en un debate estético y ético que llega a los fundamentos de las diversas concepciones de la vida que tienen los “verdianos” y los “wagnerianos”. Los intérpretes son magníficos, colosales y humanísimos. Cantan, tocan el piano e interpretan a un nivel que parece imposible. La dirección de actores es tan buena que es como si hubiera desaparecido y da la sensación de que lo que vemos es la vida misma. Pero una vida especial, más intensa.

La acción transcurre de forma fluida llevándonos hacia lugares inesperados, cada momento más y más sorprendente. El tono es muy cercano, nos habla de tú a tú. Esto hace un espectáculo amabilísimo aunque está cargado de contenido y que a veces resulta desgarrador. Es un pequeño puñal ético y estético que llega al corazón del público y que lo transforma. También los personajes del espectáculo quedan transformados y los verdianos y los wagnerianos nos descubren que todo era mentira y que el conflicto era sólo un divertimento ya que en realidad son todos amigos que cantan en el mismo corazón. ¿Por qué es necesario un conflicto real cuando los conflictos fingidos y jugados son mucho más interesantes?

Cuando la nueva realidad (fingida) queda revelada nos adentramos en lo que parece imposible: vemos cómo se improvisa una ópera con elementos de Verdi y de Wagner simultáneamente. Y aquí todas las normas se rompen y el delirio crece y crece divertidísimo y sin un final previsible. En el momento más álgido de la velada, con toda naturalidad del mundo, el propietario del restaurante dice: Y ahora: ¿cómo terminamos esto? Y propone que todos hagamos el brindis de La Traviata. ¡Cava para todos! ¿Catalán? No, el cava… ¡Extremeño! Giuseppe Verdi hace los honores. Triunfo de su música y de su forma de entender la vida. ¡Triunfo de la vida! ¡Fortísimos aplausos! Todo el mundo derecho! Entre las tablas del escenario, desde la oscuridad, aparece el Maestro para saludar y, en medio de los actores, defiende su compromiso con su obra y su oficio. ¡Qué gran noche de teatro! ¡Una gran noche para un aprendiz de hechicero!

Quería mostrar mis respetos al Maestro, pero parece estar muy atareado con la otra sala de los teatros del Canal (la roja) y no aparece. Saludo a Jesús Agelet ya algún otro actor al que felicito con agradecimiento. Para ellos, parece que lo que han hecho es lo más natural del mundo. ¡Qué envidia! Me voy caminando hacia la Avenida América en un caos tan feliz, tan lleno de entusiasmo y emociones, ¡que no se puede expresar!

El autobús sale a la una y media. El asiento es duro y, por tanto, se prevé una noche dura, pero me adormo rápidamente porque me he levantado muy temprano para preparar el ensayo del Liceu. Es un cansancio orgulloso de haber hecho muchas cosas que me gustan y que dan sentido a mi profesión: trabajar con la humildad del artesano y respetar a los grandes maestros. El autobús avanza en la espesura oscuridad.

En algún sitio de la Mancha que no puedo recordar… me pongo a soñar. En el sueño me reencuentro, en los jardines de la facultad de filosofía, con los Maestros de mis años universitarios a los que nunca tuve la oportunidad de agradecer todo lo que me enseñaron: Pere Lluís Font, Raúl Gabás, Victoria Camps, Gerard Vilar, Víctor Gómez Pin, Joaquim Maristany… todos reunidos bajo los robles de Bellaterra. En el sueño hacemos una hecatombe greco-catalana de sesenta bueyes y cuarenta corderos, calçots y vino joven, mi mujer Clara, vestida de Afrodita de Cnidos prepara la salsa, y nuestros dos hijos juegan felices sobre la hierba como dos cachorros de la loba capitolina. Comemos y pasamos la tarde hablando de Platón, Descartes, Nietzsche, Aristóteles y Espinosa entre otros y, aunque durante mis estudios de Filosofía siempre fui un mal alumno, casi vocacional, finalmente me levanto y levantando una copa de vino, les agradezco, un poco pitof, su maestría de aquellos años de juventud porque su recuerdo me ha acompañado toda la vida y me ha hecho intentar ser un animal humano mejor, aunque el resultado ha sido incierto … ¡Imagínense, pues, qué hubiera pasado sin el ejemplo de los grandes maestros!

Por cierto: la foto del inicio es un momento de “El pimiento Verdi”… ¡Maître! ¡Pongame otro pimiento, por favor!